Mi nombre es Sharilay Acuña, pero me dicen Shary. Desde pequeña hay dos cosas que han cautivado mi atención: conocer a Dios y la desigualdad social. Crecí en un hogar en un entorno sano y unido, de mi abuelita aprendí su vocación de servicio al resto, pero sobre todo creo que Dios puso en mi ese “bichito” llamado “vocación” a lo social. (cada uno tiene el suyo). Hace poco tiempo encontré unos dibujos de mi infancia y adolescencia de un sueño, o “lo que quisiera ser de grande” y hay uno que se repite constantemente: convivir y ayudar en comunidades vulnerables, creo que ese es mi “bichito”. Estudié Gestión Social en la PUCE y cuando estaba pasando por una crisis, entendí claramente a través de este pasaje su promesa para mi:
“Señor, ¿Cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer, o sediento, y te dimos de beber?¿Y cuándo te vimos como forastero, y te recibimos, o desnudo, y te vestimos?¿Y cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti?» Respondiendo el Rey, les dirá: «En verdad os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a mí lo hicisteis.»
Ahora encaja todo, mi profesión y el anhelo de ver comunidades transformadas por el amor de Jesús.
Recuerdos
Shary.
Tengo un recuerdo de pequeña hablando con mi primo, en él yo le decía, “cuando sea grande yo voy a trabajar en una fundación ayudando a personas y tu, cuando tengas tu empresa me puedes apoyar”. Lo que no sabía en ese tiempo, es que ese era mi propósito y a lo que dedicaría mi vida. Cuando tenía unos 12 años, mis amigas y yo hacíamos voluntariado en una fundación. Ahí conocí a Jefferson, un niño que vendía dulces en una plaza, en ese mismo lugar había una señora con un aspecto muy sucio y peleona que cuidaba carros, me daba miedo pero a la vez, me preguntaba si se podía hacer algo por ella. Un día en la fundación, intercambiamos roles con esos niños, ellos jugarían y pasearían mientras nosotros vendíamos sus dulces para que no perdieran su día. A mi me correspondieron los de Jefferson. Fui a la placita para cumplir mi objetivo, pero en eso, esta misma señora me insultó y me persiguió hasta la fundación reclamándome los dulces de su hijo Jefferson. Fue ahí donde realmente comprendí que mi realidad es un privilegio, no todos podían contar con el amor y protección de un hogar aunque debería ser normal. Una pregunta vino a mi: Dios, ¿tú quieres cambiar esta realidad, verdad? ¿tu los amas y te duele en tu corazón? Bueno, si puedo ayudar en algo, yo quiero hacerlo.
Desde entonces, he estado involucrada en proyectos sociales, uno muy especial donde surgió la Fundación, fue “Proyecto Nehemías” a raíz del terremoto en Manabí. 7 jóvenes de 16 a 24 años fuimos por 6 meses apoyar en la reconstrucción integral con CENFOL. Trabajamos con niños, jóvenes y mujeres en diversos programas sociales y enseñándoles sobre Jesús. Se sumaron muchas personas de distintas partes durante casi dos años. Con la intención de continuar esta labor y responder al llamado, empezamos el sueño del Semillero con la cobertura de Cenfol. Durante meses, una mentora se ofreció acompañarme en este proceso. Orábamos juntas por confirmación y guía, cuando vino a Ecuador, en un almuerzo con Verito, compartimos más que la comida, el llamado. Así empezamos juntas esta travesía de levantar El Semillero de Esperanza.
El Señor tuvo mucha misericordia de nosotros, ya que empezamos con puertas abiertas y mucha gracia, Verito consiguió una ofrenda para el arriendo de un año y aún no teníamos casa. Habíamos paseado todo un día buscando casas y cuando estábamos por botar la toalla, el Señor llevó a preguntar en un bazar, y esa fue la casa que estuvo desocupada