Hace mucho tiempo conocí una anciana que vendía melcochas en el mercado, junto a ella estaba su hijo con discapacidad amarrado a su cintura. Ella tenía cáncer y vivía en una habitación de 2×2. Fue ahí donde Dios puso en mi corazón el anhelo de ayudarles a mejorar su condición de vida. Mis amigas y yo empezamos llevándoles a sus chequeos médicos y encargándonos de su alimentación y medicinas. Luego restauramos una casa abandonada en el Conjunto Cashapamba, a la cual adecuamos y equipamos completamente  para entregarle a esta pequeña familia. A los tres meses la anciana falleció y el hijo quedó solo, siendo adoptado por una de mis amigas. Acompañar a esta familia en su proceso de restauración, ver sus sonrisas y alegrías con cada paso que avanzamos, ver la ilusión al recibir las cosas que conseguíamos para amoblar su casa nueva, me hacía sentir sus mismas emociones. Disfrutaba las conquistas de cada día, me llenaba la satisfacción del deber cumplido a un llamado que cada día fue creciendo.  Ayudar a estas personas hizo que mi corazón se abra y comprendí que puedo ser un canal de bendición para otras personas. 
Así continué con mi propósito de vida, abriendo un Centro llamado “La Gran Comisión” en San Pedro de Taboada” en cual se ayudaba a las familias con actividades lúdicas para los niños en un espacio sano, luego se hizo un pequeño ropero, pero el anhelo de crecer en el servicio seguía firme así fue como empezamos con Shary la “Fundación Semillero de Esperanza”.

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